Interseccionalidad y maternidad. Ojos verdes, ojos negros.
Este mes de marzo vuelve a mi cabeza el artículo que publiqué el pasado año en la Revista de la Asociación Española de Terapia Gestalt "Voces Feministas". Aquí lo vuelvo a dejar plasmado mientras hoy retumba en mi cabeza.
Ojos verdes, ojos negros: el camino al feminismo interseccional a través de mis hijas
Davis (2018) afirma que “el feminismo será antirracista o no será” y yo no puedo evitar pensar porqué una a veces elige tomar ciertos caminos y no otros. Y me pregunto si en esta elección hubo libertad o más bien fueron las circunstancias las que me pusieron delante no solo las “gafas moradas” sino también, el contraste de sus ojos con los míos. Su raza y la mía.
Soy mujer, blanca, universitaria, trabajadora, clase media, madre, en definitiva, normativa para la sociedad y también para el movimiento feminista. Nunca me había planteado que la raza era un problema. Me costó darme cuenta de que la lucha feminista dejaba a un lado a algunas mujeres. De hecho, me costaba ver como mujeres de mi alrededor eran racistas, incluida yo. Tomar conciencia de mi racismo, duele, además de ser una patada directa a mi autoconcepto.
Comencé a convivir con el racismo el día que decidí casarme con Hakim, africano, marroquí y musulmán. Ahí comenzaron a surgir infinitas preguntas de mis compañeras feministas. Al escucharlas, también me escuchaba a mí misma. Muchas de sus preguntas salían de mi estómago: “¿Es machista?” “¿Reza?” “¿Te deja llevar minifalda?” “¿Toma alcohol?”, “¿Querrá tener papeles y venirse a España?”.
Posiblemente en ellas había preocupación, pero también había (y mucho) machismo y racismo. También en mí, que respondía sin acritud a cada una de sus preguntas normalizando esas cuestiones y haciéndoles ver que Hakim respondía a la figura de “musulmán moderno y libre”, formando parte de la política de respetabilidad que otorga a los extranjeros como “aptos e integrados” en nuestra sociedad.
Todo se acentuó el día que nació mi primera hija. Y continuó con el nacimiento de mi segunda hija. Norah e Inés. Ellas son mestizas. Es evidente. Su apellido, su color de piel, sus ojos y su pelo, las delatan.
Su mestizaje empieza a tomar relevancia en los espacios sociales y personales a medida que crecen. Algo a lo que yo no estoy acostumbrada y que voy construyendo junto a ellas y su padre.
Microracismos
El día a día de mis hijas está lleno de comentarios sutiles cuyo efecto en su autoconfianza es importantísimo. No hay momento en el que no haya alusiones a su color de piel: “estás negra”, muchas veces con reproche hacía mí “Te tienen que poner cremita en la playa que estás muy morena” y otras veces de una forma más directa “¿es adoptada, es una niña saharaui?”.
En otras ocasiones, tratan de exotizar a mi hija con tan solo 4 años. “Es preciosa, cuando seas mayor vas a ser muy sexy con ese color de piel”. La mayoría de las veces contestó contundente su padre es marroquí, reafirmando la identidad de mis hijas. Pero he de reconocer que es agotador. Y aquí me doy cuenta como en círculos feministas la raza también es obviada y no tenida en cuenta.
Es evidente que lo que ocurre en el exterior no depende de mí. Los microracismos a los que se ven sometidas mis hijas no puedo detenerlos. Sí, acompañarlas en el proceso. Al igual que acompaño a mis pacientes en terapia Gestalt.
Mirada de género en la relación madre-hija
¿Cómo construir una autoestima fuerte? ¿Cómo validar su autoconcepto? ¿Cómo fomentar una mirada interna valiosa? Ser blanca me hace más difícil saber por lo que pasan mis hijas. Nunca me había planteado que la raza fuera un problema, pero lo cierto es que lo es.
Siento que mi identidad se reorganizó y se transformó desde el momento en el que supe que estaba embarazada. También como mi mirada hacia mí misma y hacia ellas nos vincula y qué compartir el mismo género con ellas es determinante en mi manera de mirarlas.
La mirada que yo recibí de mi madre, así como los introyectos familiares y sociales sobre lo que es ser mujer y el estereotipo de la feminidad han forjado mi identidad femenina y como esta repercute, sin lugar a dudas, en mis hijas. Y desde esta consciencia intento que el feminismo este presente y transversalmente en mi mirada hacia ellas. La Gestalt también me ha puesto todas estas cuestiones de frente. Bleichmar (1997) afirma:
No hay fantasma sin gesto, ni gesto que no se genere en una representación. La feminidad-masculinidad son representaciones de la mente de los adultos, significados conscientes y preconscientes como los de la madre y la abuela de ese niño, y contenidos inconscientes –fantasmas de feminidad/masculinidad-recluidos en estratos más inaccesibles. Pero los fantasmas inconscientes también se transmiten de generación en generación a través del discurso o de la acción. (p.72)
Y aquí, es donde me planteo como mi construcción feminista colisiona de alguna manera con otras corrientes feministas que históricamente se han desarrollado de manera muy diferente a la mía pero que de alguna manera también pertenecen a mis hijas. Su identidad también es africana y musulmana. Tomar conciencia de esto es fundamental para darme cuenta de la necesidad de referentes negras y musulmanas en la mirada feminista. Para mis hijas. Para mí y para el feminismo occidental.
Hoy por hoy exploro como el feminismo y el antirracismo son una poderosa herramienta de autoconocimiento y autocuidado, así como de toma de conciencia de mi identidad y de mis patrones de relación con mis hijas.
¿Por qué es tan importante hablar del privilegio blanco?
Me enseñaron a ver el racismo solo en los actos individuales y no dentro del feminismo. Pero al estudiar el privilegio masculino, me di cuenta de mi privilegio blanco frente a otras mujeres racializadas.
Las mujeres migrantes y racializadas sufren la precariedad laboral y están expuestas a múltiples violencias. Sus reivindicaciones adquieren peso en el movimiento feminista. Pero lo obvio es que a nosotras nos enseñan a no reconocer el privilegio blanco como a los hombres se le enseña a no reconocer el privilegio masculino.
La violencia ejercida hacia las mujeres reacializadas o culturalmente racializadas es violencia estructural pues viene reforzada y legitimada tanto por el sistema racista como por el sistema patriarcal. Es violencia racista con marca de género, pero también es violencia machista con marca racista. Incluso cuando la ejercemos mujeres blancas, pues lo hacemos legitimadas y alentadas por los mecanismos de las desigualdades racistas. (Vasallo, 2016)
Es importante hablar de las diferencias. Es importante reconocer otras reivindicaciones. Es importante ser realista y darse cuenta de que el privilegio blanco es un privilegio sistémico que deja a un lado a muchas mujeres. Un ejemplo muy concreto son los estándares de belleza eurocéntricos, donde muchas mujeres negras son sometidas a una presión estética que le niega la belleza de sus atributos naturales empujándola a cambiar para ser “aceptada”. Otro ejemplo actual es cuando en un puesto de trabajo una mujer es rechazada por llevar hiyab1.
¿Cómo le explico a mis hijas qué es el privilegio? Puede ser algo confuso pero lo obvio es que ellas mismas se van dando cuenta cuando las protagonistas de los cuentos son siempre blancas. Cuando no hay ninguna médica, dependienta o profesora que lleva hiyab, pero si sus tías que están en casa. Cuando van a unos grandes almacenes y todas las muñecas son rubias.
Interseccionalidad
Estudiar y poner en cuestión mi privilegio blanco hizo que apareceriera en mi vocabulario un término nuevo “interseccionalidad”. Palabra que las corrientes de la tercera ola del feminismo ya habían presentado.
Es un término nuevo en el discurso feminista. Lo acuñó en 1989 Kimberlé Williams Crenshaw, académica y profesora estadounidense especializada en el campo de la teoría crítica de la raza. Crenshaw (1989) define la interseccionalidad como “el fenómeno por el cual cada individuo sufre opresión u ostenta privilegio en base a su pertenencia a múltiples categorías sociales”.
El feminismo interseccional cuestiona el feminismo blanco imperante. Y aquí yo he visto en círculos feministas invisibilizar la interseccionalidad al asegurar que distrae y separa. Mi experiencia como mamá de dos hijas mestizas es que el feminismo blanco precisamente invisibiliza todo aquello que queda en la intersección, al obviar la jerarquía de género. Al obviar, por tanto, a mis hijas. La interseccionalidad es realmente un concepto bastante sencillo y viene a poner de relieve que las mujeres no somos un grupo homogéneo. Por ejemplo, mi experiencia como mujer blanca, occidental, universitaria y de clase media es completamente diferente a la experiencia de mi cuñada Jadisha, árabe, marroquí, sin estudios y recursos precarios. Por tanto, ella y yo experimentamos la condición de mujer de manera diferente. Tratar nuestras “luchas” de manera idéntica borra la feminidad árabe y propaga el racismo de manera diferente.
Estoy convencida de que la interseccionalidad es crucial para que exista la hermandad feminista y tiene el poder de fomentar la sororidad entre todas y fortalecer el movimiento.
El racismo en terapia
Ser consciente de mis privilegios frente a otras compañeras y poner conciencia en mi forma de acompañar a mis hijas en la construcción de su feminismo han hecho también que haya una transformación en mi propio discurso y en mi manera de acompañar a los demás. Esto es evidente también en mi trabajo en sesión gestáltica.
Tengo pacientes de otras razas, cuestiones que siempre había considerado particularidades anecdóticas en mi relación con ellos. O eso pensaba yo. Pero es evidente que hay algo diferente. Mi privilegio pasaba de largo las diferencias, por tanto, minusvalorándolas.
Darme cuenta de mi propio racismo me permitió ver mi racismo en terapia cuando por ejemplo un chico me señala que su dificultad para ir a buscar trabajo se debe a su color de piel o cuando otra chica me habla de la importancia en su religión de llegar virgen al matrimonio. En ambos casos, infravaloré y cuestioné sus impedimentos.
Las personas racializadas y migrantes son especialmente vulnerables a los problemas de salud mental. El odio social establecido como racismo crea trauma, debilidad, ansiedad, culpa, lo que resulta en un mayor número de ingresos en hospitales psiquiátricos. La falta de redes de apoyo, la extrañeza en un país occidental hostil y las dificultades para vivir hacen más propensos a ingresar en hospitales psiquiátricos a los inmigrantes que a los autóctonos, en lo que a población se refiere. (Masoud, 2019)
En mi trabajo como educadora social y posteriormente como gestaltista en sesión terapéutica acompaño a personas que están sufriendo duelo migratorio y que padecen ansiedad y/o tristeza, que tienen grandes dificultades para tomar decisiones, se encuentran paralizadas o con sensación de estar “atrapadas”, con problemas de autoestima o identidad, que les impiden avanzar en su proyecto vital. Precisamente esta es la única relación entre salud mental y migración en la que yo había puesto conciencia. Más tarde supe que se trataba del síndrome de Ulises también conocido como síndrome del emigrante con estrés crónico y múltiple. Achoteguí (2006) afirma:
Los estresores más importantes son: la separación forzada de los seres queridos que supone una ruptura del instinto del apego, el sentimiento de desesperanza por el fracaso del proyecto migratorio y la ausencia de oportunidades, la lucha por la supervivencia (dónde alimentarse, dónde encontrar un techo para dormir), y en cuarto lugar el miedo, el terror que viven en los viajes migratorios (pateras, ir escondidos en camiones…), las amenazas de las mafias o de la detención y expulsión, la indefensión por carecer de derechos, etc. (p.19)
Vivimos rodeados de roles y de estereotipos que acaban creando grandes desigualdades en todos los aspectos de nuestra vida y la salud mental es uno de ellos.
Ya en el siglo XIX el científico Samuel A. Cartwright, en Estados Unidos, se inventó dos enfermedades mentales relacionadas con el racismo establecido en la época. Una era la drapetomanía que se basaba en la supuesta enfermedad mental que padecían las esclavas negras que tenían el deseo y ansia de libertad, traducidos en intentos de huida o sentimientos en contra de la esclavitud. La otra enfermedad que se invento era la dysaethesiaaethiopica que establecía un orden de trastorno de pereza entre las esclavas para realizar el trabajo. La cura a ambas enfermedades eran los latigazos. (Masoud, 2019)
Por tanto, puedo asegurar que mi quehacer terapéutico tiene consecuencias de un sistema colonial y, por tanto, también está en mí y en los demás terapeutas, y hay que poner conciencia en que no hay bienestar mental sin lucha antirracista. Estoy convencida que es el momento de descolonizar la terapia y las emociones.
Aprender a resolver la diferencia, el privilegio y el racismo dentro del contexto de la relación, especialmente la terapéutica, está siendo mi trabajo diario. Muchas escuelas y muchas compañeras están incluyendo la perspectiva de género en la terapia gestáltica. Yo tengo la necesidad de incluir también la perspectiva racial y cultural en la práctica gestáltica. Además, no entiendo una perspectiva de género que no incluya la racial ya que “el feminismo que no es antirracista ni anticapitalista es una contradicción” (Davis, 2005, p. 19)
Pero, ¿cómo gestionar la diferencia, el privilegio y el racismo dentro del contexto de la relación? El primer paso es el “darse cuenta”. Para eso hay que estar preparadas para la toma de conciencia de cómo nos afecta el género y la raza en nuestro autoconcepto y en nuestras relaciones. “La psicología ha sido creada por hombres occidentales y creo que debe transformarse teniendo en cuenta que debe adaptarse al lugar en el que se está desarrollando, no basta solamente con ser antirracista sino también con despatriarcalizar el imaginario” (Reyes, 2019)
Otro de los aspectos a tener en cuenta es trabajar nuestros introyectos en mi caso, fue cuestionar especialmente aquellos que yo consideraba que oprimían a la mujer árabe y abrirme a otros modelos no hegemónicos de feminismo.
La proyección es también un mecanismo clave para tener en cuenta el racismo en el contexto de relación. Es muy propia de cualquier tipo de marginación o discriminación. En la proyección la persona atribuye a algo de fuera aquello que realmente le es propio. Darse cuenta de cómo proyectamos como terapeutas es clave, y aceptar las diferencias es imprescindible porque de dicha aceptación nace el contacto y el vínculo.
Así, un contacto adecuado y sano es la savia vital del crecimiento. Sólo en mi relación y contacto con los demás mi experiencia y tu experiencia entran en relación y nuestros mundos pueden cambiar, ya sea a través del intercambio de experiencias o de la realización de algo nuevo juntos. El cambio es el producto forzoso del contacto. A través del contacto se realiza un tipo de aprendizaje que surge del intercambio de experiencias, de lo que tú piensas y sientes, y de lo que yo pienso y siento. (Martín, 2006, p.64)
Para promover un contacto auténtico y un crecimiento es fundamental que se reconozca y comprenda el papel que juega el racismo y el género en los patrones de relación. Para mí como terapeuta, es un reto explorar mis modos de relación y ampliar mi conocimiento sobre mi misma, y es esencial para hacer un contacto genuino y promoverlo con mis pacientes. Solo con contacto genuino nace el vínculo.
También el lenguaje. Hoy ponemos conciencia en el lenguaje no sexista, en el lenguaje inclusivo, y también tenemos que poner el foco en incluir un lenguaje no racista. Recuerdo cuando estaba con mi grupo de formación en una de las dinámicas teníamos que decir “soy hija de Dios, soy hija de puta”. Como esta frase la utilizamos sin poner conciencia de la carga despectiva y sexista hasta que una compañera lo mencionó. Hoy estoy convencida que en muchas escuelas y muchos terapeutas ya no utilizan esta frase o si la utilizan mencionan la carga, no obviándola. Esto mismo aún no ocurre con las connotaciones racistas. Escucho y me escucho a menudo en frases como “era muy gitana” o “mi pareja es muy mora, muy muy celosa”. Porque el hablar no es inocente y el lenguaje no es solo un vehículo por el que se nombra la realidad, el lenguaje construye realidad. A través del lenguaje se normaliza y se invisibiliza, se transmite ideología y se refuerzan estereotipos. Porque el lenguaje ayuda a sanar. Por eso, es necesario dotarnos de herramientas y recursos y desaprender hacia nuevas formas de comunicarnos que dejen atrás nuestras estructuras patriarcales y coloniales.
Y, por último, hago mención al acompañar en la diversidad. Como estar presente desde una mirada más limpia, con menos carga y estigma. Creo que la única posibilidad es cuestionar y reconvertir nuestro discurso. El darse cuenta, el tomar conciencia que hay distintas formas de justicia que promueven el crecimiento o bienestar de todas las personas. Visibilizar los mecanismos para que exista un feminismo antirracista en lo personal, en lo político y en lo terapéutico es el camino. “Simplemente darse cuenta de que uno se da cuenta aumenta el área potencial de operación… Tan pronto como su capacidad de darse cuenta aumenta, aumentan también su orientación y capacidad de maniobra. Entonces toma mejor contacto” (De Casso, 2009, p.475)
Mi camino, además es seguir descolonizándome a través de los ojos negros de mis hijas.
Notas:
1. Pañuelo que cubre la cabeza y el pecho que usan algunas mujeres musulmanas.
Bibliografía:
Achotegui, J. (2006) Estrés límite y salud mental: el Síndrome del inmigrante con estrés crónico y múltiple (Síndrome de Ulises). Madrid, España: Revista Migraciones.
Bleichmar, E. D. (1997) La sexualidad femenina (de niña a mujer) Barcelona, España: Paidos.
Crenshaw, K. (1989) Demarginalizing the Intersection of Race and Sex: A Black Feminist Critique of Antidiscrimination Doctrine. Chicago, EEUU: Universidad de Chicago.
Davis, A. (2005) Mujer, raza y clase. Madrid: Akal.
Davis, A. (2018) El feminismo será antirracista o no será Conferencia llevada a cabo del ciclo “Mujeres contra la impunidad” de Casa Encendida, Madrid.
De Casso, P. (2009) Gestalt, terapia de autenticidad. Barcelona, España: Kairós.
Martín, A. (2006) Manual práctico de Psicoterapia Gestalt. Bilbao, España: Edesclee.
Masoud, F. (2019) Racismo y salud mental. Madrid, España: El Salto.
Reyes, J. (2019, Junio 6) Entrevista en Afroféminas obtenida de https://afrofeminas.com/tag/jazmin-reyes/
Vasallo, B. (2016) La islamofobia de género como violencia machista. Pikara Magazine obtenido de https://www.pikaramagazine.com/2016/03/la-islamofobia-de-genero-como-violencia-machista/
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